Compasión e impaciencia del corazón

Compasión e impaciencia del corazón

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El dolor y el sufrimiento hacen parte de la existencia humana. Aprender a dar consuelo y a mitigarlo, en la medida de lo posible, así como buscar minimizar las situaciones injustas que provocan daño, son parte de la formación moral en la infancia y adolescencia. En su magistral libro “Impaciencia del corazón” -que a vuelto a estar en el interés de los lectores- como muchas de las obras de Stefan Zweig, el autor sostiene que hay dos clases de compasión. Una de ellas es la que busca librarse lo más rápido posible de la emoción que produce asistir a una desgracia ajena, como cuando se entrega una limosna a un mendigo y que corresponde a la impaciencia del corazón. La segunda, es una compasión productiva que busca ayudar hasta el límite a quien sufre o está en problemas, como podrían ser quienes hacen de su vida una misión por una causa justa, como fue el caso del Padre Hurtado. La compasión es una virtud que está en el centro del desarrollo moral, porque es la base de la actitud humanitaria y está presente desde períodos muy tempranos del desarrollo. En los niños pequeños, el sentir compasión es una forma de desarrollar la empatía. Permite que se conecten y busquen consolar a quien tiene pena. Esto se manifiesta en gestos cuando son muy pequeños y con palabras cuando son un poco más grandes. Como, por ejemplo, cuando Diego de tres años le dice a Felipe, que llora porque su mamá salió de la pieza: “No tengas pena Felipe, la mamá va y vuelve porque fue a buscar tu comida”. Un comentario así no debería pasar inadvertido, ya que reconocerlo como algo positivo, diciendo: “Eres tan buen hermano, con razón Felipe te quiere tanto”, fortalecerá los vínculos positivos entre los hermanos y favorecerá en Diego la comprensión de lo que es ser un buen hermano, junto con clarificarle, de paso, lo importante que es en la vida ser capaz de dar consuelo. Aprovechar y no dejar pasar la compasión natural que tienen los niños frente al sufrimiento ajeno, es una oportunidad para sembrar en el niño emociones morales, así como también para entregar una identidad positiva. El irse sensibilizando en la niñez ante situaciones dolorosas que puedan estar afectando a compañeros, como son las enfermedades, la pérdida de personas queridas, las limitaciones físicas, las dificultades para aprender, así como incentivarlos a asumir una actitud activa de soporte emocional, aprendiendo a acoger, dar consuelo y cuando es posible, entregar una ayuda efectiva, será un factor decisivo para que se conviertan en mejores personas, con sensibilidad ante las necesidades de los demás. En la adolescencia, esta percepción de las necesidades de los otros no solo los ayudará a tener una actitud activa, sino que además será un sello en su identidad y en el de su proyecto personal, que dejará de tener solo un significado personal, que lo llevará a entender su estadía en el mundo como una misión, con significado también para los otros, buscando un sentido de la vida que trascienda los intereses personales.

Psicóloga Neva Milicic
Fuente: Revista Ya, El Mercurio

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